sábado, 12 de noviembre de 2011

Cuestión de gustos

Hoy, al llegar a casa, venía exhausto de la calle.
Anhelando una ducha reparadora que me permitiera abrir mi mente.
Mente cerrada por el ir y venir de un día eterno, que no parecía tener fin.
Mente que ansiaba poder relajarse, abrirse cual dama de noche al ponerse el sol.
Nada mas caer las primeras gotas de agua me percate de un hecho que comparto con mi padre.
Tanto a él como a mí no nos gusta para nada el agua templada sino ardiendo o helada.
Este pequeña reflexión ha traído consigo la conexión de diversos pensamientos aparentemente incoherentes.
Pensamientos que se encontraban dentro de un alma aparentemente fragmentada.

     Nunca me gusto el agua templada, no me hace sentir nada
     me deja en un "sinpas" como esperando algo que no acaba de llegar
     Prefiero el agua ardiendo o helada, me hace sentir, sin más
     Las gotas de agua sobre mi piel a esa temperatura parecen susurrar
     "estas vivo y eso es ya un milagro sin igual"
     A lo que yo les respondo sin vacilar
     "Gracias, gracias a vosotras por nunca dejarme olvidar..."

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